En los últimos años ha nacido una corriente transgresora con la tecnología. No la de los escépticos de siempre, más cercanos al neoludismo, sino más bien otra conformada por quienes estaban inmersos en la creación de software y servicios, o simplemente eran usuarios muy intensivos, y en un momento dado decidieron bajarse de ese carro y empezar a dosificar mucho su consumo digital , cuando no a cercenarlo.
Un gran ejemplo está en ' The Social Dilemma ', el documental de Netflix en el que varios exempleados de las grandes tecnológicas de Silicon Valley muestran su arrepentimiento por haber contribuido a un mundo que se mueve al compás marcado por las redes sociales. En plan mal. Muchos de ellos formaron el ' Center for Humane Technology ', con Tristan Harris a la cabeza, y ahora claman por un uso responsable y consciente la tecnología.
Tienen razón.
Con las personas que tenemos físicamente delante y nadie más
Últimamente ando dándole vueltas a cómo era Internet hace veinte años y a cómo lo es ahora. Antes, "Internet" era un espacio concreto de nuestro salón, o de nuestro dormitorio. El que ocupaba el monitor CRT conectado al módem. Internet era una dedicación en un espacio y en un momento concretos. Hoy es algo ubicuo y permanente, y nadie nos ha enseñado a vivir con ello, somos la sociedad betatester de uno de los mayores cambios sociales de los últimos siglos: la vida en constante conectividad.
Empiezo a sentir que esa conexión permanente tiene mucho de positivo, pero no 24/7. Por eso decidí buscar formas de salir de ello, especialmente en momentos sociales, como cenas con amigos o familiares, ratos con mi pareja, etc. Momentos en los que no estar expuesto a las tentaciones en forma de redes sociales y webs varias, ni a sus notificaciones Me planteé los siguientes escenarios:
Apagar el móvil o dejarlo en casa . No me resulta cómoda la idea de que alguien pueda requerirme para algo realmente importante y no estar localizable durante horas.
Desactivar los datos móviles . Eso me deja muy cerca de circunstancias como "ay, los pongo un momento para ver noséquécosa" de forma puntual y acabar con ellos puestos.
Dejar el móvil en casa y usar el reloj con eSIM . Eso implicaría recibir notificaciones de aplicaciones a las que no podría acceder, y quizás por tanto hacer que la sensación de "me estoy perdiendo algo", lidiable, pase a ser "está pasando algo de lo cual soy consciente pero no puedo actuar".
Así que opté por una cuarta vía:
Hacerme con un teléfono móvil pequeño no-inteligente, solo con llamadas y SMS . No hay una solución global, ni siquiera es un problema para todo el mundo, pero entendí que para mí era la mejor.
Acabé con un Nokia 3310 en las manos. El de 2017, que ya cuenta con algunas utilidades multimedia a años luz de lo que tenemos en cualquier smartphone de los últimos diez años. El resto, muchas carencias. Por no tener, no tiene ni pantalla táctil. Pasar de un iPhone de 6,7 pulgadas a este pequeñín es como pasar de un tigre a un felpudo. Justo lo que quería.
Pedí a mi operadora una multiSIM de mi tarjeta SIM y la inserté en este teléfono. Las llamadas y los SMS me llegan simultáneamente a ambos, al Nokia y a mi iPhone. Cuando descuelgo una llamada desde uno de ellos, se corta en el otro.
Esto no es un experimento . Es algo que pensé hacer de forma indefinida, quizás permanente, como forma de desconectar en serio, sin posibilidad ninguna de usar WhatsApp, Twitter, el mail o visitar páginas web, sin dejar de estar localizable por si alguien de mi círculo íntimo necesita algo.
Avisé a ese círculo compuesto por amigos y familiares cercanos: "Oye, que si me escribes por WhatsApp o algo así y es para algo un poco urgente, lo mismo me pillas con el iPhone en casa y no lo veo hasta tarde, llámame directamente si urge, o envíame un SMS". Y de esa forma empecé a salir de casa, en ciertas ocasiones, sin smartphone. Sobre todo cuando quería poder estar libre de distracciones, de notificaciones, o de cierta incapacidad para concentrarme en algo sin parar a consultar redes de vez en cuando.
Hace unos años, cuando escuchaba hablar de esta necesidad de desconectar, de su conveniencia, simplemente no la entendía. No comprendía qué valor añadido me podían dar quince minutos de espera en silencio mirando al horizonte en lugar de estar informándome sobre un tema o comunicándome con alguien. Ya entendí: nuestro cerebro no está preparado para recibir estímulos de forma constante a través de una pantalla , y con estos hábitos vamos haciendo polvo nuestra capacidad de concentrarnos. Nos creemos multitarea, pero no lo somos .
Esos momentos de pausa, de saber que nadie que no sea la persona que tengo enfrente va a distraerme, han sido balsámicos . Dice el refrán que "de opíparas cenas están las sepulturas llenas", y pocos festines nos hemos dado en los últimos años como los atracones de Instagram, WhatsApp, Facebook, Twitter y compañía. Agujeros negros para nuestra atención y nuestra productividad.
No hay un cambio de mentalidad radical, no hay una epifanía, no hay una historia de épica que merezca un video de YouTube con la boca abierta en el thumbnail . Simplemente este ha sido un paso mediante el cual me encuentro más a gusto y soy capaz de estar concentrado únicamente en las personas que me acompañan. El tiempo para atender a las que me conectan las redes y la mensajería ya llegará después.
Son momentos más tranquilos, con la mente libre de distracciones que nos hacen perder el foco. Se supone que pasamos la semana esperando ese rato libre que pasar con la pareja, los amigos, la familia, y luego somos rehenes de las notificaciones que recibamos, que ni siquiera dependen de nosotros, para empezar a evadirnos involuntariamente. Mi forma de recuperarlos fue con un 3310 en el bolsillo. Nada que mirar, nada que consultar, nada que recibir, nada con lo que distraerse.
Y la batería dura dos semanas.
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